La salvación
Me enamoré de ti cuando llorabas
a tu novio, molido por la muerte, y eras como la estrella del terror que iluminaba al mundo. Oh cuánto me arrepiento de haber perdido aquella noche, bajo los árboles, mientras sonaba el mar entre la niebla y tú estabas eléctrica y llorosa bajo la tempestad, oh cuánto me arrepiento de haberme conformado con tu rostro, con tu voz y tus dedos, de no haberte excitado, de no haberte tomado y poseído, oh cuánto me arrepiento de no haberte besado. Algo más que tus ojos azules, algo más que tu piel de canela, algo más que tu voz enriquecida de llamar a los muertos, algo más que el fulgor fatídico de tu alma, se ha encarnado en mi ser, como animal que roe mis espaldas con sus dientes. Fácil me hubiera sido morderte entre las flores como a las campesinas, darte un beso en la nuca, en las orejas, y ponerte mi mancha en lo más hondo de tu herida. Pero fui delicado, y lo que vino a ser una obsesión habría sido apenas un vestido rasgado, unas piernas cansadas de correr y correr detrás del instantáneo frenesí, y el sudor de una joven y un joven, libres ya de la muerte. Oh agujero sin fin, por donde sale y entra el mar interminable oh deseo terrible que me hace oler tu olor a muchacha lasciva y enlutada detrás de los vestidos de todas las mujeres. ¿Por qué no fui feroz, por qué no te salvé de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos? ¿Por qué no te preñé como varón aquella oscura noche de tormenta? |
GONZALO ROJAS
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